jueves, 22 de noviembre de 2018

Desde que nacemos


Desde que nacemos[1]

La influencia efectiva de la sociedad sobre el individuo comienza, si no antes, con el nacimiento; así pues, desde el día mismo en que tiene lugar éste. No es nuestra intención dilucidar aquí lo que la salud de la madre, la alimentación y el cuidado del niño significan para su futuro físico y psíquico. Todo esto depende en gran medida de la riqueza del país, del nivel alcanzado por la ciencia, del nivel social de los padres. Tras los primeros meses se convierte en decisivo algo de lo que todos hablan, pero pocos describen con alguna exactitud: el amor maternal. Un amor que no consiste en el sentimiento, pero tampoco simplemente en la reflexión, que debe encontrar su expresión adecuada. El bienestar del niño y la confianza que puede tener en las personas y cosas de su entorno dependen ampliamente de la amabilidad serena, y a la vez fluida, del calor y de la sonrisa de la madre o de la persona que ocupa su lugar. La indiferencia y la frialdad, los gestos abruptos, el desasosiego y la desgana de quien lo cuida pueden perturbar para siempre la relación del niño con los objetos, con los hombres y con el mundo; pueden, en fin, dar lugar a un carácter frío, incapaz de reacciones espontáneas. Esto es algo que se sabía ya en la época del Émile de Rousseau, de John Locke, e incluso antes; pero solo hoy se empieza a comprender el nexo en sus elementos, y no se precisa de la sociología para poder percibir ya que la madre oprimida por preocupaciones y negocios externos ejerce una influencia distinta a la deseada. En el primer año de vida, antes de ser capaz de reflexionar y de distinguir entre sí mismo y el entorno, la persona es determinada ya en muy alto grado socialmente hasta en matices de su ser que no se desarrollarán sino mucho después. Incluso los sentimientos se aprenden. Entre las capacidades que todo ser, en cuanto ser biológico, lleva consigo, figura la de amoldarse y ajustarse, la mímesis. Gestos y ademanes, el tono de la voz, el modo de andar, todo ello toma cuerpo en el niño como eco de la expresión de adultos queridos y admirados. Las reacciones anímicas son adquiridas, si no en lo que afecta a su contenido, sí en su forma; y si la rígida separación en el análisis de una obra de arte lleva ya al error, tanto más ocurre eso mismo en la interpretación de los sentimientos humanos. Duelo y felicidad, el respeto y la devoción dados y recibidos, el recelo y la entrega surgen paralelamente a la representación de gestos y ademanes, puesto que <>, como dice Goethe. Lo que con tanta facilidad se registra como marca anímica se retrotrae en parte decisiva a impresiones y reacciones de la primera infancia, y es reforzado y modificado luego por las circunstancias y acontecimientos de los años posteriores. Que uno esté centrado en la validez y estima del propio yo o que sea capaz de desarrollar un vivo interés por lo que le rodea y entregarse a personas y cosas, la profundidad y superficialidad de la sensación e incluso del pensamiento, todo ello no es un simple hecho natural, sino un resultado histórico. La posición social de los padres, las relaciones que mantienen entre sí, la estructura interior y exterior de la familia y, de modo mediado, la constitución de la época, globalmente considerada, desempeñan ahí un papel. El carácter de un individuo no resulta menos determinado por el tiempo, el lugar, las circunstancias políticas, la libertad o la esclavitud y su religión. Con harta claridad ha formulado la filosofía clásica alemana la no autonomía del ser individual singularmente considerado.

Respecto de éste (para el individuo singular) resultan necesarias… todavía otras realidades, que aparecen igualmente como especialmente existentes para sí; solamente junto a ellas y en su relación se realiza el concepto. El individuo singular para sí no corresponde a su concepto…[2]   

Dicho con otras palabras, solo en relación con el todo al que pertenece y en el contexto del mismo, es real el individuo. Sus determinaciones esenciales, carácter e inclinaciones, profesión y comprensión del mundo, surgen de la sociedad y su destino en ella. En qué medida la sociedad existente en cada caso corresponda al propio concepto, y con ello a la razón, no es cosa concertada de antemano, por supuesto.




[1] El texto que se incluye a continuación está tomado en su totalidad de: Max Horkheimer, Sociedad, razón y libertad. Traducción e introducción de Jacobo Muñoz. Editorial Trotta. Madrid 2005. Págs. 28-29.   
[2] G. W. F. Hegel, Enzyklopädie, I, 213 (trad. cast. de R. Valls Plana, Enciclopedia de las ciencias filosóficas, Alianza, Madrid, 2005.     

lunes, 15 de octubre de 2018

La neurosis obsesiva. Trastorno obsesivo compulsivo



Aportes a la clínica de la Neurosis Obsesiva


 Hoy entendemos la Neurosis Obsesiva como una estructura clínica, aunque al mismo tiempo decimos que se puede ser neurótico obsesivo enfermo, es decir, padecer de lo que se deriva de la propia estructura. La estructura obsesiva presenta un sujeto cuyo principal padecimiento es el del pensamiento (pensar en demasía, pasar de una cosa a otra sin solución de continuidad, con el consiguiente gasto de energía psíquica) y cuya principal manifestación social es la de la inhibición y el aislamiento. Los síntomas del neurótico obsesivo van desde contar cosas, objetos, números, palabras, sin poder parar de hacerlo, o repetir una palabra, una frase, una canción, hasta la imposibilidad de salir de casa por miedo a ser descubiertos, interrogados, escrutados por los demás que se les presentan como jueces implacables de su inmoralidad o su ineptitud.

 El ensayo “El Hombre de las Ratas”, lectura prioritaria en nuestro estudio, considerado como el caso paradigmático descrito por Freud para tipificar la Neurosis Obsesiva, nos ofrece todo un catálogo de síntomas, que invitan a Freud a establecer los puntos de unión entre esos síntomas y la relación especial de amor odio del sujeto con su padre, así como una exacerbada sexualidad muy precoz que le sitúa en una particular posición con respecto a las mujeres y al deseo sexual.
 La tortura de las ratas, consistente en introducir una rata por el ano del reo hasta que le devora las entrañas, referida por un oficial del ejército prusiano durante unas maniobras en las que participaba nuestro “Hombre”, se convierte en la principal idea obsesiva en éste sujeto, al pensar que podía llegar a padecerla  como castigo por haber cometido una falta imaginaria en relación con la contracción de una deuda de juego arrastrada desde que su padre sirviera en las filas de ese mismo ejército. La necesidad inconsciente de pagar esa deuda contraída por el padre muchos años atrás. La indecisión sobre si debía contraer un matrimonio de conveniencia propuesto por la familia que le aseguraba la estabilidad económica o emparejarse con la mujer a la que realmente deseaba, son los puntos clave de la historia.

 El despertar precoz a la sexualidad de nuestro sujeto, contemplada por Freud como una condición estructurante de todo obsesivo, los sentimientos de culpa inconscientes por albergar este deseo sexual prematuro inconfesable combinados con un odio al padre concebido como represor y castigador de dicho deseo, configuran la estructura neurótica del “Hombre de las ratas”, este sujeto, obsesivo por excelencia. “Este niño será un genio o un gran criminal” esta frase pronunciada por su padre cuando él contaba muy pocos años queda inscrita en el texto del fantasma de Ernst Lanzer. Después de una violenta discusión con su padre a la edad de cuatro o cinco años tras ser sorprendido por éste en un acto reprobable, en un arrebato de furia el niño insulta al padre nombrándole con todo tipo de objetos que encuentra a su alrededor por no conocer todavía otras palabras más insultantes manejadas por los adultos, “armario” “lámpara” “mesa” pero expresadas con tal ira que las palabras tomaron allí el carácter de insulto, lo que le pone al padre en la tesitura de pronunciar la famosa frase: “Este niño será un genio o un gran criminal”.

 Esa figura paterna que toma cuerpo en esa instancia a la que Freud llamó el” Súper Yo” se instala en el obsesivo, le amenaza y le persigue hasta la tumba, es el subrogado de ese padre castigador y represivo.

 Pero el obsesivo tiene culpa depositada en ese “Súper Yo”; tiene culpa, se siente culpable, por desear (escuché a Jacques Nassif decir que, en el fondo, todo deseo es incestuoso) y por existir, por lo tanto, su gran caballo de batalla será amortiguar el deseo hasta el punto de anularlo convirtiéndolo en necesidad y solo entonces darse licencia para satisfacerlo y servirse de la inhibición para morir en vida y así poder pagar su tributo a la existencia.

 Sus ideas sobre la muerte le mantienen alerta para decirle que la vida no merece la pena ser vivida si el resultado final va a ser la muerte. Por eso la pregunta del obsesivo, ¿estoy vivo o estoy muerto? Porque se pone de un plumazo en la tesitura de no existir, con la consiguiente pérdida de la conciencia de sí mismo y, por lo tanto, de la conciencia de haber existido, lo que viene a ser lo mismo que estar muerto.

 Por otra parte, el cuerpo tira, la pulsión llama y no entiende de aplazamientos de la satisfacción ni de vías alternativas para conseguir la misma, así que el obsesivo se ve atrapado por sus pulsiones, el hambre, el sexo. Entonces el obsesivo se apresta a satisfacer todo eso, pero con disimulo, así inventará un mecanismo muy curioso al que Freud llamó “formación reactiva” que le pondrá a salvo de sus inclinaciones “indeseables”. Su odio lo convertirá en amor a través de una exagerada amabilidad y cortesía. Si tiene deseos sexuales que contravengan las convenciones sociales, se convertirá en un místico. Si es la gula lo que le acucia, se convertirá en un asceta.               
        
 Buscará denodadamente un Otro (con mayúsculas) del saber, que le sirva para suplir su déficit de conocimiento, como sustituto de un padre poseedor de todo el conocimiento, a quien amará u odiará alternativamente según su inclinación imaginaria a sentirse   amado u odiado por él como resultado de la valoración que éste padre-Otro haga de sus propios méritos.

 Juan David Nasio en El dolor de la histeria nos ofrece una descripción muy gráfica del fantasma del obsesivo:

 “Un niño, presa de un deseo incestuoso hacia la madre, es embargado por la angustia (angustia de castración) al oír la voz interceptora del padre prohibiéndole cumplir este deseo bajo pena de castrarlo. La zona erógena a cuyo alrededor se organiza el fantasma del obsesivo es el oído, que vibra, sufre y goza de haber oído la voz imperiosa del padre.”

 Freud, en Tótem y Tabú, a propósito del sentimiento de culpa observado en los neuróticos, nos dice:

 “Un neurótico obsesivo puede estar oprimido por una conciencia de culpa que convendría a un redomado asesino, no obstante ser, ya desde su niñez, el más considerado y escrupuloso de los hombres en el trato con sus prójimos. Sin embargo su sentimiento de culpa tiene un fundamento: se basa en   sus intensos y frecuentes deseos de muerte que en su interior, inconscientemente le nacen hacia sus prójimos//Y por lo que toca al desarrollo de las acciones obsesivas, se la puede describir poniendo de relieve cómo ellas, distanciadas de lo sexual en todo lo posible, empiezan como unos ensalmos contra malos deseos para terminar siendo unos sustitutos de un obrar sexual prohibido, al que imitan con la máxima fidelidad posible”

 Puedo referir en este punto el caso de una paciente. Acude a consulta por no poder soportar sus síntomas que le llevan a lavarse constantemente las manos y los genitales por tener la sensación de estar sucia o ensuciarse y ensuciar a cada paso que da. Durante el día se encierra en su casa a cal y canto, cerrando puertas y ventanas, por temor a que entre la luz. Durante la noche no puede dormir pensando en la cantidad de retos que le planteará la vida en pareja y la vida social y en cómo solucionarlos. Su reocupación capital es la elusión de todo contacto sexual con su marido por temor a ensuciarse, y la confrontación con los vecinos por pensar que le van a notar los pensamientos posiblemente sucios de los que en algún momento ella habrá sido víctima sin poder evitarlo. En el transcurso del análisis da cuenta de prácticas sexuales masturbatorias con un primo suyo cuando ella contaba seis o siete años, y también de tocamientos hacia ella hechos por su padre cuando a esas edades era requerida a la cama de su padre o su padre iba a la suya. En el trascurso del análisis pudo colegir que su afán por permanecer con la luz apagada y las ventanas cerradas en pleno día se debía al terror que le suponía el pensar en que su padre la iba a llamar para que fuese a su cama o que él iría a la suya en cualquier momento de la noche y como ella se tapaba y se escondía bajo las sábanas y permanecía en el más absoluto de los silencios para evitar ser “descubierta” por su padre.

 Su obsesión por la limpieza se debía, según ella misma pudo colegir, también al sentimiento de suciedad que le invadía al recordar los episodios eróticos con su primo que, algunos años mayor que ella, le requería para que le acariciase el pene y para que se desnudase delante de él. Cuando ella le preguntaba al primo si eso que hacían estaba bien, él le contestaba que sí, porque ellos dos se querían. Admitió, tras un proceso de exploración al respecto, que en esos encuentros con su primo había un deseo por parte de ella y tuvo a bien reconocer que el encuentro con ese deseo le había puesto en la tesitura de dejar de luchar contra él, lo que fue haciendo desaparecer su obsesión por la limpieza que le impelía a lavarse constantemente manos y genitales, al dejar de sentirse sucia. El trauma que le suponía el recuerdo de los requerimientos sexuales de su padre le llevó a la conclusión de que la circunstancia era tan difícil de solucionar para ella que necesitaba condonarse la deuda que había contraído consigo misma al pensar que podría haberse comportado de otra manera y el mero hecho de comunicarlo en el análisis le condujo a la posibilidad de establecer un nuevo punto de vista de las relaciones con sus vecinos y con la sociedad en general.

 Recuperó el deseo de las relaciones sexuales con su marido y hasta pasado un tiempo se instaló en ella el deseo de tener un hijo lo que condujo a buen término.       

 Nos dice Lacan en el Seminario IV La relación de objeto Pág. 29, Cap. “Las tres formas de la falta de objeto”: “La neurosis obsesiva es, como piensa la mayoría de quienes aquí están, una noción estructurante que puede expresarse aproximadamente así. ¿Qué es un obsesivo? En suma, es un actor que desempeña su papel y cumple cierto número de actos como si estuviera muerto. El juego al que se entrega es una forma de ponerse a resguardo de la muerte. Se trata de un juego viviente que consiste en mostrarse invulnerable. Con este fin, se consagra a una denominación que condiciona todos sus contactos con los demás. Se le ve en una especie de exhibición con la que trata de mostrar hasta dónde puede llegar en ese ejercicio, que tiene todas las características de un juego, incluyendo sus características ilusorias, es decir, hasta dónde puede llegar con los demás, el otro con minúscula, que es solo su alter ego, su propio doble. Su juego se desarrolla delante de Otro (con mayúsculas) que asiste al espectáculo. Él mismo es solo un espectador, y en ello estriba la posibilidad misma del juego y del placer que obtiene. Sin embargo, no sabe qué lugar ocupa, esto es lo inconsciente que hay en él. Lo que hace lo hace a título de coartada. Esto si lo puede entrever, se da perfecta cuenta de que juego no se juega donde él está, y por eso casi nada de lo que ocurre tiene para él verdadera importancia, lo cual no significa que sepa desde donde ve todo esto.  


Bibliografía


S. Freud. - Las neuro psicosis de defensa (1894) Obras Completas. Amorrortu Editores Vol. III, Pág. 41. Buenos Aires 

S. Freud. - Obsesiones y fobias (1895) Obras Completas. Amorrortu Editores Vol. III, Pág. 61. Buenos Aires

S. Freud. - Manuscrito K (Correspondencia con Flíess) (1950 a) (1985) Obras Completas Orbis Vol. XIX.  Barcelona

S. Freud. - Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa (1896) Obras Completas.  Amorrortu Editores Vol. III, Pág. 157. Buenos aires

S. Freud. - La sexualidad en la teoría de las neurosis (1898) Obras completas. Amorrortu Editores Vol. III, Pág. 251. Buenos Aires

S. Freud. - Acciones obsesivas y prácticas religiosas (1907) Obras Completas. Amorrortu Editores Vol. IX, Pág. 97. Buenos Aires

S. Freud. - Carácter y erotismo anal (1908) Obras Completas. Amorrortu Editores Vol. IX, Pág. 149 Buenos Aires

S. Freud. - A propósito de un caso de neurosis obsesiva (El hombre de las ratas) (1909) Obras completas. 
Amorrortu Editores Vol. X, Pág. 119. Buenos Aires

S. Freud. - La predisposición a la neurosis obsesiva (1909) Obras Completas. Amorrortu Editores Vol. XII, Pág. 329. Buenos Aires

S. Freud. -  De la historia de una neurosis infantil- Sección VI (1918 b) Obras Completas. Amorrortu Editores Vol. XVII, Pág. 1. Buenos Aires

S. Freud. -  Paralelo mitológico de una representación obsesiva plástica (1916 b) Obras Completas. Amorrortu Editores Vol. XIV, Pág. 344. Buenos Aires

S. Freud. - Sobre la trasposición de la pulsión, en particular del erotismo anal (1917 c) Obras Completas. Orbis Vol. XI Barcelona

S. Freud. - Lecciones introductorias al Psicoanálisis 17ª conferencia. El sentido de los síntomas (191617) Obras Completas. Orbis Vol. XII. Barcelona

S. Freud. - Inhibición síntoma y angustia, capítulos V y VI (1926 d) Obras Completas. Amorrortu Editores Vol. XX, Pág. 106. Barcelona

J. Lacan. -  Seminario IV La relación de objeto. Las tres formas de la falta de objeto. Pág. 29 Paidós. Buenos Aires

J. Lacan. - Seminario VIII La transferencia. La presencia real Págs. 292-3 El falo en la histeria y en la obsesión. Paidós. Buenos Aires

J. A. Miller. - El hueso de un análisis. Tres haches. Buenos Aires

J. D. Nasio. - El dolor de la histeria. Paidós. Psicología profunda. Buenos Aires

Denise Lachaud. -  El infierno del deber. El discurso del obsesivo. Ediciones del Serval. Barcelona

Laura Vacarezza. - El trabajo analítico.  Editorial Síntesis. Barcelona    

Fernando Reyes